En una pequeña ciudad envuelta por el verdor de los árboles, donde las campanas de las iglesias repiqueteaban en las noches estrelladas, vivía Olivia, una niña de once años con ojos curiosos y un espíritu inquieto.La Navidad se aproximaba, pero en su casa, el espíritu navideño parecía haberse desvanecido. Desde que su padre había partido en busca de trabajo y su madre laboraba largas horas, Olivia sentía que el calor de la familia se había disipado como el humo de una vela apagada.
Una noche, mientras miraba desde la ventana el cielo iluminado por las estrellas, Olivia notó algo extraño: una luz pequeña y vibrante que danzaba en el aire, como si buscara algo. Intrigada, abrió la ventana y la luz revoloteó hacia ella, dejando un rastro dorado.
Fue entonces cuando vio al gato. Era negro como la noche, con ojos que parecían contener chispas de oro. Estaba sentado en el alféizar, observándola con una intensidad que la hizo estremecer.
“¿Quién eres?”, susurró Olivia, con una mezcla de asombro y temor. El gato inclinó la cabeza y, para su sorpresa, respondió con una voz grave y melodiosa: “Soy Otis. Y esta noche, necesito tu ayuda para restaurar algo que se ha perdido”.
Olivia no entendía cómo podía estar hablando con un gato, pero había algo en Otis que le resultaba irresistible.
“La Navidad en tu ciudad está apagándose”, explicó el gato. “Las Luces de la Navidad, que iluminan los corazones y los hogares, están desapareciendo porque las personas han olvidado lo que realmente importa. Sin esas luces, la Navidad no será más que un recuerdo frío y vacío”.
“¿Qué puedo hacer yo?”, preguntó Olivia. “Debemos encontrar las Luces Perdidas antes de que desaparezcan para siempre. Y para eso, necesito que confíes en mí”.
Sin dudar demasiado, Olivia se puso de pie y siguió a Otis al exterior. La brisa hacía silbar a los árboles mientras avanzaban por calles desiertas. Otis la llevó más allá de la ciudad, hacia un bosque que Olivia nunca había notado antes. Era un lugar extraño, donde los árboles parecían tener un verdor más intenso y estar hechos de un material de otro mundo
“Las Luces están aquí, escondidas por las Sombras del Olvido”, explicó Otis. “Pero cuidado, porque las Sombras se alimentan de dudas y miedos. Si te dejas llevar por ellos, no podremos recuperarlas”.
Mientras avanzaban, Olivia sintió cómo el aire se volvía más pesado. De las ramas de los árboles colgaban pequeños destellos de luz, como si estuvieran atrapados en burbujas de cristal. Sin embargo, cada vez que intentaba alcanzarlos, sombras oscuras se alzaban del suelo, susurrando palabras que la llenaban de inseguridad.
“No puedes hacerlo. Estás sola. Nadie te necesita”, decían las Sombras.
Olivia sintió un nudo en el estómago, pero entonces miró a Otis. El gato la observaba con una calma inquebrantable, como si creyera en ella más de lo que ella misma podía hacerlo. “Recuerda lo que amas”, dijo Otis suavemente. “El amor es más fuerte que cualquier sombra”.
Olivia cerró los ojos y pensó en su madre, que siempre la abrazaba con fuerza aunque llegara cansada. Pensó en su padre, que solía contarle historias por las noches. Y pensó en las Navidades pasadas, cuando su familia estaba unida.
Con renovada fuerza, extendió la mano y tomó una de las luces atrapadas. Al hacerlo, un calor dulce llenó el bosque, y las sombras retrocedieron, gruñendo.
Olivia y Otis continuaron recuperando las Luces, una a una. Cada vez que tomaban una, el bosque se volvía más brillante, y las sombras más débiles. Sin embargo, al llegar al centro del bosque, encontraron la Luz más grande de todas, encerrada en una esfera oscura que latía como un corazón.
“Esa es la Luz del Hogar”, dijo Otis. “Es la más poderosa, pero también la más difícil de liberar. Debes enfrentar tu miedo más profundo”. Olivia sintió un escalofrío. Sabía cuál era su miedo: que su familia nunca volviera a ser la misma. Que los abrazos cálidos y las risas compartidas fueran cosas del pasado.
“¿Y si ya no podemos ser felices juntos?”, preguntó con voz temblorosa. “Las familias no son perfectas”, respondió Otis. “Pero la magia de la Navidad no está en la perfección, sino en el esfuerzo de estar juntos, incluso en tiempos difíciles”.
Con lágrimas en los ojos, Olivia extendió las manos hacia la esfera oscura. Al tocarla, sintió que un torbellino de emociones la envolvía: tristeza, esperanza, amor y miedo. Pero en el centro de todo, encontró una chispa de luz.
Otis maulló suavemente, y Olivia supo qué hacer. Abrazó la esfera con todas sus fuerzas, y al hacerlo, esta se rompió en un estallido de luz dorada que iluminó todo el bosque.
Cuando Olivia regresó a casa, el amanecer ya despuntaba. Al abrir la puerta, encontró a su madre y a su padre sentados junto al árbol de Navidad.
“¡Papá!”, exclamó, corriendo a abrazarlo. “He vuelto”, dijo él, sonriendo. “Algo me dijo que tenía que estar aquí”.
Olivia sintió el calor familiar nuevamente. Miró hacia la ventana y vio a Otis, sentado en el borde, observándola con sus brillantes ojos dorados. “La Luz del Hogar siempre encuentra el camino”, murmuró el gato antes de desaparecer en la mañana clara.
Olivia sonrió y supo que el espíritu navideño había llegado para quedarse.
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Autora: Melissa Arriagada Fernández, psicóloga FAE Victoria