La alegría es una emoción luminosa, contagiosa, que nace de sentirse seguros, amados, valorados. En la infancia, la alegría no es sólo una risa fuerte o un juego divertido: es una expresión de bienestar profundo, una señal de que las cosas van bien en el corazón y en el entorno.
Los niños y niñas que experimentan alegría con frecuencia desarrollan mayor confianza en sí mismos, exploran con más libertad, aprenden con entusiasmo y crean vínculos afectivos más sanos. La alegría es también una puerta abierta a la creatividad, al juego espontáneo y al desarrollo emocional.
Pero no todas las infancias tienen las mismas oportunidades de ser felices. Por eso, como adultos, tenemos el deber de construir espacios donde la alegría no sea una excepción, sino parte del día a día. Cuidar, respetar, escuchar, jugar, acoger. Porque cuando una niña o un niño sonríe con autenticidad, nos está diciendo que se siente en paz con el mundo.
Hoy, en el Día de la Alegría, recordemos que este sentimiento no es algo trivial. Es un derecho, una necesidad, una brújula que nos guía hacia infancias más plenas, y un recordatorio de lo que realmente importa.